miércoles, 4 de junio de 2008

EL VIVO QUE VIVE DEL MUERTO

Una antiquísima carroza tirada por cuatro caballos andaluces de crines blancas y unísono paso, marcharon elegantemente, con el tocar de un redoblante, conduciendo los restos mortales de Epifanio Mejía, desde el cementerio San Pedro hacia su natal Yarumal, alternando el transporte con un vehículo a motor. Acompañado por 180 cadetes de la IV Brigada del Ejército Nacional, helicópteros de la Fuerza Aérea Colombiana y una gran multitud congregada alrededor de tan costoso acontecimiento, donde un funeral de 55 millones de pesos no se ve todos los días, ni para todos los muertos. Un homenaje del 4 al 11 de Agosto de 2002; ocho días dedicados a uno de los prodigiosos hijos de Antioquia, quien con su puño y letra se encargo de dar vida a uno de los himnos más hermosos de Colombia: El himno antioqueño, que lo convirtió en icono merecedor del funeral más costoso que se ha hecho hasta ahora en el país.

Es así como la muerte, un hecho tan cotidiano como antiguo y que a pesar de ser tan natural, nunca resulta gratuito. Ese suceso que desde tiempos ancestrales necesitó del otro, para cumplir con la dolorosa tarea de preparar la despedida del prójimo, generando así toda una industria que se desarrolló con la misma fuerza, con la que surgieron a la par diferentes formas de suplir otras necesidades como la alimentación y la vestimenta.

Conforme pasa el tiempo las industrias se ven lucradas y transformadas gracias a las necesidades que surgen en la sociedad; donde aspectos tan relevantes en la vida de los seres humanos, como lo es la religión, traen consigo símbolos que intentan explicar creencias que están latentes en las diferentes culturas. Donde el hombre ha desarrollado formas de justificar la manera en la que se despide una persona. Casos como los católicos, quienes acostumbran diferentes rituales: enterrar evocando que de la tierra se viene y a ella se vuelve; sepultar en bóveda representando el regreso al vientre materno, lugar primero de la vida, y la cremación como mediadora para que el cuerpo siendo más liviano ascienda igual que el alma.

Toda la parafernalia que rodea la muerte, se acomoda de forma diferente en cada contexto religioso y cultural existente, tal como Medellín, un exponente de una mezcla de idiosincrasia popular y católica, que trae a colación las situaciones más pintorescas que reflejan la combinación ambigua de presencia y ausencia del difunto. Lugares como los cementerios que a simple vista, son espacios grises, quietos y fríos, rodeados por molestos mosquitos y una fusión de olores que confunden el olfato entre flores frescas, otras marchitas, humedades y descomposiciones.

Campos santos, como el Museo Cementerio San Pedro, conforman pequeñas ciudades, dentro de una gran ciudad, donde la amplia zona central alrededor del Templo hace las veces de sitio privilegiado para aquellos personajes ilustres y acaudalados que aún después de su muerte conservan un lugar exclusivo en la sociedad, pero que se desvanece a medida que se transita por los calles y se adentra en las moradas comunes de la gente humilde, quienes sin necesidad de la suntuosidad del rico, les basta una calcomanía, una carta, un beso estampado y una foto, para ser recordados. Llevando a que materiales como el icopor, el plástico, el mármol, el cartón, la madera y el papel, tomen vida y valor sentimental, como traductores tangibles de afecto y compañía.

Son las decoraciones que día a día y peso a peso, hacen mella en el bolsillo de quien no olvida, quien no repara en los 27 mil pesos que puede costar el arreglo de la lápida con apretujadas florecillas, que velan ese afán por hacerle destacar entre tanta tumba, por hacer que su espacio resalte, se diferencie y luzca un precioso regalo digno de merecer cualquier ser que tenga un lugar en el corazón de otro. Y no son solo las flores o las cintas la manifestación primera de cariño; son un montón de objetos que convergen sin haberlo esperado en un mismo sitio, donde la esquela que pudo quedar rasgada en la basura, el esmalte de la abuela que alguien más pudo seguir utilizando, el carrito que ya no rueda y las imágenes de santos a las que nadie más les pondrá ya una vela, son objetos que paradójicamente pasan a cumplir una función diferente para la cual fueron creados, adquiriendo así un valor más que material.

Es así como desde está pequeña ciudad, se va fomentando un comercio, desde el bar que al otro de lado de la calle espera para nutrir sus ganancias a punta del dolor de quien compra licor para ahogar la ausencia; la flor que se ofrece para decorar y dar vida a un lugar que no será visitado hasta el próximo domingo. El ventero que aprovecha el calor de la tarde para saciar la sed de quienes salen de ella, en fin, son todos ellos y más, quienes viven de los muertos.

Hasta aquí se han mencionado pequeños negocios que giran en torno a esta milenaria actividad comercial, pero al igual que ellos, las funerarias juegan un papel de gran importancia en dicha industria. Es por eso que en el corazón de Medellín, se encuentra la Carrera 51 D, comúnmente conocida como Juan del Corral, siendo un largo pasillo que alberga a lado y lado una serie de servicios excequiales para todos los gustos, estratos sociales y facilidades económicas. Algunas reconocidas, otras no tanto, sin embargo todas con la labor de brindar un acompañamiento y una ayuda a quien ha perdido a un ser especial, claro está sin olvidar las condiciones laborales por las que se ejerce este oficio.

Un negocio que para muchos es escalofriante, aterrador y deprimente, pero que para otros representa su forma de subsistencia, como si trabajasen en cualquier otra empresa. Una industria vista casi como un “inframundo que es entrañablemente abierto pero necesario para todas las personas”, expresa Alonso Correa, Gerente de Mercadeo de la Funeraria San Vicente. Y es que por más suavidad con que se maneje el tema, siempre va a ser igual, va a despertar los mismos sentimientos y generará temor, porque aunque es una realidad conocida por todos, son muy pocos los que alguna vez se han detenido a pensar que será de su muerte y son menos aún los que se preparan para dicho final.

Recintos como estos que a pesar de ser empresas comunes y corrientes, adoptan ideologías diferentes, adquiriendo conciencia acerca del papel que juegan al recibir a una madre que llora a su hijo, a la novia que acaba de perder a su amado, a un niño que refleja la angustia de no volver a ver a su padre y a miles de clientes o mejor dicho “pacientes”, que buscan un consuelo y una ayuda para sobrellevar su pena. Un servicio integral, que no sólo se encargue de preparar un sepelio, sino que además gravite en torno a una situación critica en la vida de las personas, que día a día entran con un dolor a cuestas y un letrero en sus rostros, diciendo “Ayúdenme, estoy muy golpeado, no sé que hacer”, es la percepción del Señor Correa, una persona que diariamente convive con el negocio de la muerte.

Paquetes muy sencillos, pero que contiene algunas variantes, según el presupuesto del doliente. Una caja o un cofre, son esenciales para la despedida de quien parte de este mundo. Además la oferta de elementos funerarios en constante incremento: la cremación, inhumación, cremación con cenizas pero sin velación, eucaristía con cuerpo presente, velación en sala o en la casa de la familia del difunto, automóviles, carrozas, cintas con el nombre del fallecido, recordatorios, cofres, procesos de tanactopracia, ramos de flores, transporte del cadáver y en ocasiones un acompañamiento musical, son los que hacen ver ostentoso este hecho que cotidianamente rompe con la tranquilidad de algunos, quienes en un momento del día, observan el nombre de su allegado plasmado en un cartel a las puertas de una Iglesia o en la entrada del lugar donde por última vez reposaran los restos mortales de un cuerpo inerte.

“Sobre las tumbas de gente que se ama, humildemente una flor de llanto quiero dejar”, es la letra que escribió algún día el cantante Cheo Feliciano y que el 25 de Junio de 2005, escucharon entre llanto, pólvora, tragos y tiros al aire, los familiares, amigos y la novia de Yeison Parra Quintero, conocido como el “El Tuerto”. Un joven de 22 años de edad, que vivía en el barrio Manrique Oriental y que por una tentación del destino, incumple con una promesa que algún día fue acordada con sus “parceros”…no volver a robar. Fue así como ese sábado, en las horas de la mañana, se encontraba en casa compartiendo con su familia y cansado de estar allí decidió salir, sin saber que éste sería su último viaje.

“La ocasión hace al ladrón”, dice un adagio popular y al pasar por un ostentoso automóvil Yeison se dejó cautivar. Sin saber que miembros de su “parche” lo observaban, tomó lo que pudo sin imaginar que en ese instante pagaría con su vida la promesa que incumplió. “El Tuerto” recibió tres tiros en su cuerpo, dentro de los cuales, uno alcanzó a atravesar su rostro.

Un funeral humilde, que no superó $300.000, dada la situación económica en que se encontraba su familia. No fue una ceremonia ostentosa, no tuvo helicópteros, mariachis, ni millones de flores, sólo estuvo cargada de sentimiento puro, dolor y decepción al traicionar a un grupo de amigos, que por las buenas o las malas intentaron enderezar el camino de este personaje que era reconocido por sus peleas y su actitud en el barrio. Un homenaje a un hombre que aunque no plasmo las letras de un himno, dejó grabadas las letras de una historia que hoy hacen parte del recuerdo de una familia.
Es un paralelo que la vida misma se encargó de plasmar, dos destinos diferentes pero con un mismo paradero. Quizá Yeison nunca se intereso por Epifanio; ni éste tuvo la oportunidad de conocer al “Tuerto”, pero ambos gozaron de una despedida que a su medida fue magistral. Uno con esfuerzo y otro al derroche, pero al igual un sentimiento que hoy se ve reflejado sobre un pedacito de tierra que conforman esa ciudad de llanto, con una flor que alegra a quien la vende como al que recuerda. Quien sabe si ambos personajes en este momento celebran juntos allá arriba la dicha de ser conmemorados aquí abajo, pero lo que si sabemos es que es el vivo que vive del muerto.

martes, 30 de octubre de 2007

Sarawasti: Desde la Biblioteca España, ¡Tienes que verlo!



Canción: Lorelei (Icon of coil remix) - Theatre of tragedy.
Canción: Enjoy the silence - Lacuna Coil.